storia

 

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Un recorrido a través de la historia de la Academia desde su creación hasta la actualidad. Acontecimientos y personajes que han participado en su proyecto y contribuido al desarrollo de la Institución.

Antecedentes

El viaje a Italia fue frecuente entre los artistas europeos desde el siglo XV hasta bien entrado el siglo XIX. Durero y Brueghel, Alonso de Berruguete o Velázquez complementaron su formación en tierras italianas.
Ya con Felipe IV y más tarde con Carlos II, en 1680, hubo un frustrado proyecto de formación de Academia Española en Roma, buscando seguir el ejemplo de la recién creada Academia de Francia en Roma en 1666, con el objetivo de crear una institución española que acogiera a los artistas españoles que se desplazaban a la ciudad bajo la protección del rey.
Otro antecedente fueron las pensiones establecidas por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando poco después de su creación, que con altibajos y cambio en el número de becas se mantendrían hasta la creación de la Academia. La primera promoción de pensionados llegó a Roma en 1758 teniendo como director a Francisco Preciado de la Vega. Goya, que no consiguió ninguna de estas pensiones, viajó a Italia en 1771 con dinero de su propio bolsillo, realizando en Italia, al igual que los demás pensionados, un taccuino o cuaderno de viaje.
En 1832, con el director de pensionados Solá, hubo otro intento de crear una Academia, frustrado por la negativa de los Estados pontificios a conceder carácter jurídico a esa agrupación de pensionados y director.
La capital italiana era, junto con París, el principal centro artístico europeo del siglo XIX, meta del Grand Tour y cuna del arte clásico, renacentista y barroco, punto de encuentro de culturas y de épocas, que compaginaba tradición y modernidad. Precisamente por ello concentraba a artistas y coleccionistas de distintas procedencias, favoreciendo un mercado de arte internacional, que la convertía en un activo centro creador y difusor del gusto. Por otro lado, la presencia y éxito en Roma abría al artista las puertas en su propio país y también en Europa, ya fuera a través de la posibilidad de mercado, de la participación en exposiciones internacionales o de la realización de viajes por Italia o por el resto del viejo continente.


Creación

Habría que esperar a 1873 para que se dieran las condiciones favorables para la fundación de la institución. El Gobierno Pontificio de Roma había dado paso al nuevo Reino de la Italia unificada y en España Emilio Castelar, Ministro de Estado de la República, se comprometió con el proyecto y redactó incluso el preámbulo del decreto fundacional de 5 de agosto de 1873. Allí se esclarecía otro de los puntos esenciales del proyecto, la financiación. La instalación de la Academia se financiaría con los sobrantes de la Obra Pía, controlados por el Ministerio de Estado desde la revolución de septiembre de 1868. Se decía en el preámbulo: “¿Qué empleo puede dárseles más acertado al pensamiento de sus donadores que el empleo de educar a los artistas? El arte es una religión.”
Por medio de este decreto se estableció la creación de la Escuela Española de Bellas Artes en Roma, formada por un director y doce pensionados, ocho de número (por rigurosa oposición) y cuatro de mérito (por concurso a artistas que gozaran de justa fama).
Aunque no fuera pensionado en la Academia, no podemos obviar a Mariano Fortuny, muy vinculado a la ciudad de Roma desde que en 1857 había ganado por unanimidad la oposición para la plaza de pensionado en Roma de dos años financiada por la Diputación de Barcelona. Allí se relacionó con otros pensionados españoles y frecuentó las tertulias del Café Greco. Se involucró de algún modo con la creación de la Academia de España en Roma, ya que facilitó la autorización por parte del Director de la Academia francesa, Jules Eugène Lenepveu, para que su amigo el artista Aguader copiara el reglamento de la entidad francesa con el fin de buscar inspiración para la organización de la española y se le consultó para la ubicación del centro. Junto con Eduardo Rosales, fue uno de los máximos candidatos a ser el primer director, siendo finalmente nombrado este último con gran alegría de Fortuny.
El primer Reglamento efectivo de la Academia de Bellas Artes en Roma (nótese el cambio de denominación) fue aprobado en 7 de octubre de 1873, siendo director José Casado del Alisal, elegido tras la prematura muerte del primer director Eduardo Rosales, que no pudo tomar posesión.
Las pensiones serían de tres años y sólo tendrían la obligación de residir en Roma el primer año, pudiendo instalarse en diferentes capitales de Europa afamadas por sus monumentos, academias y museos, poniéndolo en conocimiento del director. Se especificaba las entregas que deberían realizar los pensionados al finalizar cada uno de los años de la pensión. Todas las obras que durante los dos primeros años se entregaran en cumplimiento de sus deberes pertenecerían al Ministerio de Estado. Las correspondientes al tercero serían propiedad de los autores, reservándose el ministerio el derecho de tanteo en caso de venta.
El Ministerio de Estado dictaría las órdenes necesarias a fin de que se habilitara en Roma local a propósito para establecer la Academia de Bellas Artes.


BÚSQUEDA DE UNA SEDE ESTABLE Y PRIMEROS AÑOS

José Casado del Alisal instó al administrador de los Lugares Píos a que buscara un lugar donde poder instalar la Academia. Se propuso Santiago de los Españoles en Piazza Navona, proyecto que no prosperaría. Ante la ausencia de una sede permanente, se decidió instalar a la primera promoción de pensionados, que habían tomado posesión en febrero de 1874, en el Palacio de España y después en unos locales alquilados en Via della Croce.
Finalmente el Conde Coello de Portugal, Jefe de la Legación Española en Roma, realizó las negociaciones que llevaron a que la Academia pudiera tener una sede permanente en el Convento de San Pietro in Montorio según documento de transacción de 21 de agosto de 1876. Esto fue posible gracias a la ley italiana de 19 de junio de 1873 que extendió a la ciudad y provincia de Roma las leyes de supresión de las corporaciones religiosas vigentes en el Reino. Las obras comenzaron en 1879 siendo inaugurada oficialmente el 23 de enero de 1881.
Los años posteriores a la fundación de la Academia en 1873 podemos considerarlos como una verdadera edad de oro de la Academia. Esto sobre todo por la importancia de la colonia española de artistas en la ciudad. También gracias al papel de directores como Vicente Palmaroli, José Villegas, Mariano Benlliure o José Benlliure, artistas plenamente integrados en el tejido cultural italiano que facilitaron la integración de los pensionados españoles en el ambiente artístico y social de la ciudad, como demuestra la presencia de los Reyes de Italia y la reina madre Margarita en la exposición final de la promoción de 1900-1904 celebrada en enero de 1904.


1900-1931

Pese a los éxitos de estos primeros años, la instalación de la Academia en una ciudad que había perdido su supremacía en beneficio de otros centros artísticos como París, generó críticas como la que Emilia Pardo Bazán incluyó en su novela de 1905 La Quimera: “¿Te has fijado en los envíos de Roma? Esa Roma –lo estaba diciendo Ruiz Agudo, el de La Península- es el estragamento de la poca espontaneidad que podían tener los muchachos. Allí se aprende a imitar…. Imitaciones. Ambiente europeo no ha vuelto a respirarse allí desde el siglo XVIII. Convencionalismo, la eterna ciociara, la cabeza de estudio melenuda, rehacer a Serra y sus paisajes melancólicos, de malaria, con paludismos verdes y un ara rota, como gran alarde de modernismo. Ruiz Agudo está furioso: dice que en el periódico va a pegarles a todos: a la Academia, a su director, al Gobierno; para que se convenzan de que hoy la pintura debe estudiarse en Londres, y en París, y en Berlín… y dentro de poco en Chicago, sí, señor, en Chicago, entre tocineros”.
La década de los diez y de los veinte del siglo XX en la Academia estuvo marcada por los acontecimientos de la Primera Guerra mundial, que ocasionó grandes dificultades económicas por la inflación de los precios e impidió a los pensionados la posibilidad de viajar por Europa, una de las claves de su experiencia académica. Las convocatorias de pensión tuvieron algunas variaciones y algunos pensionados consiguieron prórroga de su pensión por las dificultades sufridas. Fue un periodo en el que se reforzó la figura del director y en el que la que la Academia cobró importancia como embajadora cultural de España en Roma. Uno de los hitos fue la llegada de la primera pensionada, María de Pablos Cerezo, por la especialidad de Música (1928-1932), ya que Carlota Rosales entre 1887 y 1889 había disfrutado de una pensión de carácter extraordinario gracias a su vinculación con el director Palmaroli y la prematura muerte de su padre Eduardo Rosales.


1931-1939

El periodo de apertura y modernidad de la Segunda República se vio reflejado en el reglamento de 1932 con la inclusión de nuevas pensiones de Arqueología e Historia del Arte, aunque nunca llegaron a cubrirse las plazas. También se estableció el cambio de dependencia de la Embajada ante la Santa Sede a la Embajada ante el Quirinal. Fue el periodo en el que Valle-Inclán ocupó la dirección de la Academia (1933-1935).
Además, la dimensión contemporánea y cosmopolita que habían adquirido las reinterpretaciones clásicas en el seno del fenómeno generalizado de la vuelta al orden habían proporcionado al “viejo” viaje a Italia una inesperada actualidad.
Estas esperanzas de cambio y renovación se vieron truncadas con el inicio de la Guerra Civil. El Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936 provocó la suspensión por parte del Ministerio de Instrucción Pública del Gobierno Republicano de las pensiones en el extranjero en septiembre de 1936. La Embajada española ante el Quirinal se posicionó desde el principio favorable al alzamiento, por lo que los pensionados cuyas ideas no se identificaban con el nuevo orden tuvieron que abandonar o no regresar a la Academia, permaneciendo en ella solamente los más afines a estas ideas, cuyas pensiones fueron prorrogadas por la Embajada.


1939-1975

Tras la Guerra Civil y el parón causado por la Segunda Guerra Mundial, no llegaron pensionados oficiales hasta 1949, regidos por el reglamento de 1947, si bien en la Academia se siguieron alojando artistas.
Pese a lo que pudiera parecer en un primer momento, la vida de la institución bajo el régimen franquista se podría definir como una etapa tranquila y fructífera, bajo la tutela de la Academia de San Fernando de Madrid.
El reglamento de 1954 estableció la figura del becario para historiadores del arte, museólogos y restauradores, con la duración de un año, ampliable a tres para restauradores en el caso de que siguieran cursos.
En cuanto a las oportunidades para los pensionados de la Academia, en esas fechas solían tener acceso a encargos oficiales. Durante las Bienales de Venecia de 1954 y 1956, el comisario del pabellón español fue el director de la Academia Juan de Contreras López de Ayala, Marqués de Lozoya.
En el reglamento de 1964 se incluyó para los pensionados la categoría adicional de “Gran Premio de Roma”. Se añadieron como posibles becarios a los de dirección y técnica teatral o cinematográfica.
El reglamento de 1973, el del centenario de la institución, introdujo varios cambios como la reducción de la duración de las pensiones, la creación de un Patronato de la Academia, cambios en el nombramiento del director y supresión de las oposiciones por un concurso de méritos en el caso de los pensionados.


DESDE 1975 HASTA LA ACTUALIDAD

Con la llegada de la democracia, las nuevas ideas y aires de libertad, la Academia trató de adaptarse a los nuevos tiempos con el reglamento de 1984. La Escuela de Arqueología de Roma se incorporó a la Academia, desligándose de nuevo de ella por medio del reglamento de 1998. Se eliminó la división entre pensiones y becas, con una duración de tres, seis o nueve meses. Esto se acompañó con unas ambiciosas obras de rehabilitación del inmueble, que supusieron un paréntesis en las becas desde 1984 a 1987.
El reglamento actualmente en vigor, del 2001, abrió la posibilidad de solicitar las becas a personas de países iberoamericanos y de la Unión Europea. Además, por medio de las convocatorias anuales, se ha abierto la Academia a nuevas disciplinas como fotografía, videocreación, gastronomía, arte y nuevas tecnologías, diseño de moda, diseño gráfico, cómic o mediación artística.
Actualmente se están llevando a cabo una serie de mejoras que sitúan a los artistas e investigadores de la Academia como protagonistas de la institución, idea que se había desvirtuado en los últimos años, con el objetivo de convertir la Academia en un centro de producción artística y de investigación de referencia, sin olvidar su significativo papel en las relaciones e intercambio cultural entre Italia y España.


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