Exposición «Apología de la locura» de Nicolás Gless

19 de diciembre a las 19.00 h – Inauguración

La Real Academia de España en Roma presenta la exposición Apología de la locura, en la que se recogen 45 obras del artista abulense Nicolás Gless, y que constituyen una muestra de la producción que ha llevado a cabo en los últimos años. Realizadas a tinta y lápices de colores sobre cartulina, sus obras, que beben del op art y del pop y recogen numerosos elementos del mundo del cómic, nos muestran lo que se ha denominado “ciudad electrográfica”, con una estructura de arquitectura e ingeniería sobre la que algunas pin-up emiten mensajes sobre nuestra nociva actitud de conducta y consumo: comida basura, juego mafioso, tráfico de armas, sadomasoquismo, etc. En su universo de interminables autopistas, gasolineras y grafitis callejeros, encontramos también figuras vampíricas y espíritus diabólicos y multitud de brillantes carteles publicitarios que llenan las ciudades y las despojan al mismo tiempo de su humanidad, llevándola a la locura a la que hace referencia el título de la muestra.

 

Sobre Apología de la locura

Toda la última obra de Nicolás Gless se puede reunir bajo ese título, con obras donde aparece lo diabólico y lo infernal, aunque no es nuevo en su producción, ya que a finales de los años setenta inició una serie de imágenes llamada Diablomaquia, inspirada en parte en sus lecturas de Baudelaire, Lautrémont y Mallarmé, pero también en Dante y en las representaciones pictóricas medievales y renacentistas como las de la capilla de San Brizio de la catedral de Orvieto, donde Luca Signorelli representa el Juicio Final, el Anticristo y el Diablo.

Otro de los motivos representados en su producción se vincula con la fantasía de la cultura erótica de la dominación y la sumisión, de larga tradición también en la literatura, con fuentes de inspiración como La Venus de las pieles del austríaco Leopold von Sacher-Masoch (1870).

Gless es coleccionista de grabados japoneses, en los que reconoce una estética completamente hermética que hace imposible imitarlos, pero sí existe una coincidencia entre su obra y la de los artistas del ukiyo-e: la ausencia de sombras, ya que en la obra de Gless aparecen únicamente para potenciar la perspectiva. La magia de los grabados japoneses está presente en el subconsciente del artista, sobre todo los de fantasmas, espectros y demonios femeninos. Le interesa especialmente su concepción del inframundo y su representación de las historias del infierno, donde destacan Katsushika Hokusai con sus cinco grabados de fantasmas (yurei) y Utagawa Kuniyoshi con sus historias de guerreros luchando contra espectros.

Además de la influencia nipona, es evidente la presencia en su obra de la iconografía estadounidense, de donde extrae imágenes de pin-ups surgidas de las revistas Eyeful, Beauty o Titter, que son secuestradas por robots o se sumergen en copas de Martini. Las figuras femeninas recuerdan a las muñecas de silicona de gran realismo, de modo que es difícil distinguir si representan a mujeres reales o a estas muñecas.

Otra de las obsesiones de Gless son las armas, representadas como elemento de poder y destrucción, pero también como imagen fálica, asociadas a señoritas diabólicas que las portan o montan sobre ellas. Estas figuras femeninas, partiendo de las narraciones de Raymond Chandler, Dashiell Hammett o el cine negro, son en su obra feroces criaturas vampirescas.

Un elemento constante en su obra es la comida basura, en la que muchos personajes se revuelcan o surgen de ella, como si de un muladar gástrico emergiera nuestra cultura que se alimenta de hamburgesas y hot-dogs.

Los tatuajes, presentes desde sus primeras obras, son un recuerdo de los dieciocho relatos de ciencia ficción de El hombre ilustrado de Ray Bradbury (1951), que influyó en el artista durante los años setenta. Estos dibujos sobre la piel humana siempre fueron sospechosos de pertenecer al mundo de la mala vida, de los bajos fondos de las ciudades portuarias, y de las ferias de fenómenos y atracciones, como refleja Otto Dix en su obra Suleika, el prodigio tatuado (1920). Pero la presencia del tatuaje proviene también de la estética del mencionado Kuniyoshi, que diseñó la magnífica serie Ciento ocho héroes de la Suikoden (1827-30), personajes legendarios surgidos durante el período Ming.